La fría noche

Era media noche. La luz de la luna me iluminaba la cara pero no conseguía ver el camino. Yo iba andando, notaba como mis pies empezaban a abandonar y mi cabeza me decía que debía parar pero yo sabía que si me sentaba no me volvería a levantar. Temía a la muerte blanca, morir congelado no estaba contemplado en mis planes para ese día pero yo ya no podía más. Me paré. Empecé a notar como el frío penetraba a través de mis poros hasta llegar a cada uno de mis huesos y sentí que había llegado el fin.
No me lo podía creer, me estaba abandonando a la muerte fría cuando sentí cómo un calor extraño salía de mi corazón, no podría describirlo pero me dio fuerzas para seguir.
Empecé a andar de nuevo, no sentía las piernas ni los brazos pero yo solo sabía una cosa: tenía que seguir.
De repente, como de la nada apareció una lucecita en mi camino que me hizo enloquecer de alegría; había conseguido llegar a una casa, llamé y un viejo pastor me abrió la puerta y me invitó a entrar. Después de tomar un poco de sopa caliente le expliqué mi aventura y le intenté describir aquel calor extraño que me había hecho seguir.
Él, mirándome fijamente, me respondió: querido amigo eso son los amigos.

A.Akerman

1º Bach. F